Vivimos en un mundo que no para de vendernos una idea que, sinceramente, es un malentendido gigante: el “derecho a ser felices” a toda costa, con vidas de película, perfectas, de esas que salen en Instagram y te hacen pensar que tú no llegas ni a figurante.

¿Sabes qué? Esa historia nos genera más sufrimiento que alegría. Porque no solo es imposible mantener esa perfección, sino que creer que debemos hacerlo nos carga de una exigencia constante que termina agotándonos.

El equilibrio no es un estado ideal, es un arte en movimiento

El otro día estaba en una formación con ejecutivas de marketing. Una de ellas, súper lista, con chispa y rápida, me contaba cómo vivía atrapada en la búsqueda de un equilibrio casi utópico: el trabajo perfecto, la pareja perfecta, la familia perfecta, la casa perfecta… Y claro, esa presión la estaba paralizando hacia la toma de decisiones.

Le ayudé a reenfocar el equilibrio. No es llegar a un estado donde todo esté igual de bien y perfecto. Eso no existe.
Equilibrar es un arte que se parece más a caminar sobre una cuerda floja: a veces un pie se resbala y otros aspectos de tu vida sostienen el balance mientras arreglas lo que ha flaqueado.

¿Sabes qué? Siempre habrá alguien con un barco más grande

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Y si alguna vez has estado en las costas de Formentera, Menorca o Siracusa, sabes de lo que hablo.

Siempre hay alguien con un barco más grande, una vida más cool, una historia más “increíble”.

Pero si ponemos nuestra felicidad en compararnos con esa película ajena, nunca vamos a estar satisfechos.

La creencia que alimenta la comparación: “Tengo que tener más para ser feliz”

Desde pequeños nos meten en la cabeza una idea muy poderosa y peligrosa: que la felicidad depende de tener más, de ser mejor, de mostrar una vida “más espectacular”.
Esta creencia crea una expectativa gigantesca que, en realidad, está basada en la comparación constante con “la vida de otros”.

Así, el problema no es tener el barco grande, la casa perfecta o el trabajo soñado (que oye, si vienen, bienvenidos sean). El problema es que ponemos nuestra valía y nuestra felicidad en función de eso. Y, como siempre habrá alguien con un barco más grande o con una vida más “cool”, esa búsqueda se vuelve infinita y frustrante.

El trabajo que te llena… pero no es solo glamour

En mis años trabajando con equipos y profesionales, veo que especialmente los jóvenes buscan trabajos que les llenen mucho. Y eso está genial. Trabajar en algo que te apasiona es un lujo, sin duda.

Pero el trabajo no es solo lo bonito. Está la gestión, el equipo, los proyectos, la presión comercial, las condiciones…
Y aquí vuelve el equilibrio: valorar lo que te llena y aceptar que no todo puede ser perfecto a la vez.

¿Cómo construir una vida que te satisfaga?

Para mí, la clave está en parar y pensar:

  • ¿Qué quiero realmente?
  • ¿Qué necesito?
  • ¿Qué me motiva?
  • ¿Qué expectativas me estoy construyendo?

Porque la vida no es una película de Hollywood. Es mucho más valiosa y mucho más real.

Te invito a que te preguntes:

  • ¿Qué película te estás contando a ti mismo?
  • ¿Esa historia te acerca o te aleja de cómo te gustaría sentirte?
  • ¿Dónde puedes bajar la exigencia y empezar a disfrutar de lo que ya tienes?

Para cerrar

Deja de intentar la vida perfecta.
Aprende a equilibrar con lo que tienes, con lo que eres, con lo que valoras.
Y recuerda: la felicidad no es un destino, es una forma de caminar, imperfecta y auténtica.